BLOGLENGUALIA

jueves, 21 de enero de 2010

LEYENDA URBANA. El maleficio., reogida por Jesús Atehortúa. Nivel II H


Todo empieza una tarde, en la que escuché a mis abuelas, hablando sobre una mujer a la que le habían hecho una clase de maleficio. Lo que sentí al escuchar aquella palabra es difícil de describir, siempre me había atraído todo lo que me causaba aquella sensación de ansiedad causada por los nervios y el miedo, solo tenía nueve años y aunque tenía un avaga idea de lo que podría significar aquello, oírlo de los labios de mis abuelas me causó un impacto aún si caba más espeluznante. Como es obvio no me resistí al impulso de indagar más sobre aquello y me dirigí hacia la habitación donde se encontraban ellas.
- De qué habláis - Pregunté con aire de desconocimiento total sobre la conversación.
- Cosas de mayores. Cortó tajante mi bisabuela.

Por suerte se encontraba allí mi otra abuela que siempre era más complaciente conmigo en todo y por supuesto aquello no iba a ser menos.

- Déjelo que escuche, madre, ya es lo suficientemente grandecito para saber que hay gente mala y que se tiene que cuidar de los desconocidos.

Entusiasmado, tomé asiento al lado de mi abuela.

-¿Qué pasa? - Pregunté. La verdad, después de las palabras de mi abuela, me pregunté si en realidad quería saber aquello.

-¿Sabes?¿La mujer del señor Héctor, quién es?

Era la esposa de un amigo de la familia que siempre iba a casa en ocasiones especiales; Navidades, bodas, bautizos y eso...ya que era cantante, más bien de medio pelo, diría yo.

-Sí, respondí ansioso de escuchar lo demás.

- Pues rresulta, que el señor Héctor antes de casarse con ella, tuvo otra mujer aunque no llegaron a casarse, en parte, debido a que el conoció a su actual mujer, doña Alicia.

La expresión de mi cara era de embobamiente total.
Mi abuela prosiguió:

- Hace dos años, aquella mujer se mudó a la misma manzana donde viven ellos y desde entonces, la pobre doña Alicia no tiene vida, pues esta mujer parece vivir con el único propósito de amagarle la existencia a la pobre mujer:
Hace poco tiempo, hará cosa de mes y medio, nos visitó en compañía de su hijo. Y nos sorprendió mucho ver que su aspecto desde la última vez que la habíamos visto era totalmente distinto.

- Parece que estuviera muerta en vida. Aclaró mi abuela.

- La semana pasada acudió en compañía de Héctor a la clínica de la Crr. 73.

Y tras haberse realizado todo tipo de pruebas médicas, que explicaran su desmesurada pérdida de peso, los médicos lo único que le diagnosticaron fue un gran nivel de estrés.

Esta misma mañana, la prima Adela la ha acompañado a conectar una sesión con Lázaro.

En el barrio todos habían escuchado hablar de aquel personaje. Yo lo poco que sabía, era por mi primo Junior, que era el que me contaba todo tipo de historias de terror, que no sé de dé dónde las sacaba pero era un experto en ponerme los pelos de punta.

Recordaba que en una ocasión, él me había hablado de el famoso Lázaro. Me contó que era una especie de portador de un espíritu. Lo que me contó mi primo fue que había sido poseído por el espíritu de Lázaro que aparece en la Biblia, el de la famosa frase:
- Levántate, Lázaro.
El caso era que aquel extraño personaje, durante las horas en las que había sol, llevaba un avida normal, incluso trabajaba como albañil. Pero que cuando el sol se ocultaba, aquel espíritu que se encontraba refugiado en sus entrañas, tomaba el control de su cuerpo y de su mente. Y que había realizado algunas curaciones a gente que aseguraba que era verdad lo que predicaba aquel hombre e incluso existís un acofradía de fieles que acudían a la casa de aquel individuo. Mi primo me aseguró haber asistido a una des esas ceremonias y me dijo que el tal Lázaro siempre iba vestido con una túnica que hacía imposible reconocerle el rostro y que cuando hablaba, su voz se escuchaba como un gran eco procedente del mismo infierno.

La versión comentada por todas las personas de el barrio, era lo que el mismo Lázaro había difundido. Que el había sido poseído por aquel espíritu y que había adqwuirido poderes de sanación. Y que gracias a que era una persona de buen corazón podía ayudar a todo aquel que acudiera a su auxilio. Y la historia no acababa ahí lo mejor era que según él Dios y el demonio se disputarían su alma pronto y que el interés suyo era poder ayudar a el mayor número de personas posibles.

Clao, sólo a los que estuvieran tan desesperados como para acudir a semejante personaje.

Y créedeme cuando digo que la señora Alicia se encontraba en aquel punto de desesperación, bueno ella y su familia. Que pensaban que llegaría un momento en el que su cuerpo se quedaría vacío. Como esas latas de Coca - Cola que sin estar abiertas no contienen más que aire.

-¿Y qué se supone que va a hacer ese hombre por ella ? - Pregunté.
- Primero tendrá que verla, respondió mi abuela.
¿Y quién irá con ella ?
- Supongo que su marido y la prima Adela.
La prima Adela era la madre de mi primo Junior, y la mejor amiga de mi madre.
Al imaginarme que la madre de mi primo iría, pensé que si yo también acudía, aquella sesión de espiritismo nada me pasaría,estando ellos allí.

Respondiendo a un impulso casi involuntario, me levanté d ela cama de un salto.

-¿Dónde vas? Dijo mi bisabuela.

- Me ha entrado miedo, mejor voy a jugar un rato a casa de el primo.
- Eso te pasa por entrometido, dijo mi abuela mientras sonreía.

No sabía bien hasta que punto llegaría mi intromisión. Recuerdo que monté en mi bici y pedaleé tan rápido como pude, cuando llegué a casa de mi primo entre casi sin saludar, directo su habitación que se encontraba en el ática de aquella casa enorme de tres plantas. Al entrar no tenía aliento ni para pronunciar su nombre.

- Cálmate un poco, me has pegado un susto de muerte.
- Pues, susto te va a dar cuando te cuente lo que sé.

Le realté todo lo que me habían dicho mis abuelas con pelos y señales.

- Quiero que vayamos, le dije.
- ¡Qué dices! No nos dejarán entrar.
- ¿Y tú no has entrado ya?
- Sí, pero era en una clase de charla que daba no en una sesión de espiritismo.
- ¿Qué es eso? Pregunté.
- Lo que hacen para expulsar los espíritus y las cosas malas que la gente lleva por dentro.

Al día siguiente madrugué y fui a casa de mi primo y desayuné allí, recuerdo que su madre estaba tan nerviosa, que no quiso probar bocado.

Los dos nos miramos y con un gesto de complicidad comprendimos que era por aquella cita.
- as, tas, tas...! Llamaron a la puerta. Eran don Héctor y su mujer. Recogimos las tazas de la mesa y subimos a la azotea corriendo para poder ver a doña Alicia sin que ella nos pudiera ver. En aquel momento sentí un escalofrío recorrer toda mi espalda y comprendí que mis abuelas no exageraban cuando decían que parecía estar muerta en vida. Tal vez fue nuestro interés, en poder verla bien lo que alertó de nuestra presencia en la azotea y levantó su rostro y nos saludó con la mano, se podía incluso notar el gran esfuerzo que le suspuso aquel gesto, pero lo peor fue la imagen de su rostro demacrado, que aún puedo recoradar con claridad, no creo que lo olvide nunca.

Cuando la madre de mi primo salió pararon un taxi y lo abordaron, los tres. Nosotros ya sabíamos hacia donde se dirigían. Bajamos a la cochera y cogimos las bicis la mía estaba allí porque la había dejado a proposito la noche anterior la casa de Lázaro no estaba a más de diez minutos en bici, aunque ellos habían pillado el taxi por doña ALicia.

Nos apresuramos todo lo que pudimos en llegar, el sitio era como especie de chabola tercermundista con un corral justo al lado donde había gallinas, patos y hasta un cerdo. La vivienda estaba situada a orillas de un río que pasaba por allí y se llegaba a través de un camino de tierra. En el interior de la casa se escuchaban el llanto de un niño pequeño, como si llorara porque tuviera hambre.

- Tenemos que ir a la parte trasera- Dijo mi primo.

Él ya había estado allí. Así lo hicimos, rodeamos la casa y apoyamos las bicis contra la pared, para`poder pararnos sobre los sillines y poder escuchar mejor por unos agujeros circulares que había en la parte superior de el muro como orificios de ventilación. No se escuchaba muy bien debido al ruido de el agua de el río. Pero nuestros esfuerzos para escuchar no fueron necesario, unos segundos después. Se escuchó un ruido terrorífico, parecido al ruido que hacen los burros al rebuznar.

Al escuchar aquello por poco nos caemos de las bicis, nos asustamos tanto que nos bajamos y sin decir nada subimos de nuevo en las bicis y hasta llegar a la puerta de casa de mi primo no hablamos.

-Dios ¿Qué era eso?

-No sé, a lo mejor era un grito de doña Alicia.
- Yo creo, que ese ruido no podía provenir de otro sitio que de el Lázaro ese, dijo mi primo.
- Bueno voy a casa a comer, luego hablamos. Me despedí aún envuelto en nervios.

Llegué a casa y estaban sirviendo la comida. Cuando estabamos comiendo mi madre dijo:
- ¿Qué tal le habrá ido a la señora Alicia con el brujo ese?
- Ahora llamare a preguntar, respondió mi abuela.

Yo ya me había sobrepuesto del susto, y estaba ansioso por saber qué era lo que había sucedido en ese lugar y sobre todo por saber qué le ocurría a la señora Alicia.

Al terminar de comer mi abuela llamó a casa de la prima Adela.
-¿Qué? - Preguntó mi madre. Sin tan siquiera esperar a que mi abuela colgara el teléfono.

- Pues - dice Adela - que efectivamente lo que le sucede a doña alicia es que le han practicado un trabajo de budú.
- ¿Y...?
- Mañana irán al cementerio San Camilo para hacer no sé que allí, dice que es lo que ha dicho el tal Lázaro que había que hacer.

Al día siguiente era lunes y tenía cole, casualmente aquel cementerio que mi abuela había nombrado quedaba a pocas calles de mi colegio. Esa noche antes de irme a la cama, llamé a casa de mi primo sin que nadie pudiera escucharme y le dije lo que había escuchado. Él medijo que ya lo sabía y que al día siguiente iríamos al cementerio ya que allí no nos podrían decir que no entraramos.

Así fue al salir de clase a las dos de la tarde, más o menos fuimos andando hasta el cementerio. Sabáimos que irían después de la comida así que esperamos allí en una tienda de flores donde vendían chuches y meriendas, hasta que vimos aparecer a la tía Adela con don Héctor.

Cuando entraron en el cementerio, nosotros fuimos detrás y nos sorprendimos al ver que allí los esperaba un hombre humilde sin ningún rasgo de maldad ni nada por el estilo. El cementerio se dividía en dos partes, una donde estaban las lápidas y otra, en la zona sur donde estaban los nichos en tierra.

Hacía esta se dirigieron los pasos de Lázaro. Mi tía y don Héctor lo seguían de cerca, nosotros ocultos entre las cruces y las esquelas mirábamos desde una distancia prudente. Al llegar a la zona de tierra, Lázaro empezó como a pronunciar unas oraciones a la vez que caminaba aleatoriamente hacia un lado y a otro, cuando llevaba diez o quince minutos así, se detuvo e indicó a don Héctor y a la madre de mi primo que se echaran hacia atrás. eMpezó a cavar sobre una tumba que no sabíamos de quién era y lo más sorprendente de todo era que en el sitio donde empezó a cavar, no había señales de que hubiera cavado antes o por lo menos no en meses.

Bastaron dos o tres palabras para que descubriera algo, apartó la tierra con la pala y tomó la bolsa de uno de los bolsillos de atrás del pantalón en introdujo una de las manos usándola como guante y extrajo un muñeco negro de tela con una foto de doña Alicia pincada en el pecho. Lo que les dijo a don Héctor, lo supimos después, en casa cunado la prima Adela contó a todos lo que había ocurrido en el cementerio y dijo que les había dicho que la persona que se encontraba enterrada en aquella tumba había muerto de paludimos y que probablemente por eso doña Alicia había perdido tanto peso hasta parecer un cadáver con vida.

Sé que hubo otra sesión de espiritismo en casa de Lázaro, pero a esa no fue ni la prima Adela ni nadie de mi familia, pero nos lo contó la misma doña Alicia mese después ya recuperada de aquel calvario y lo que contó fue aún más sorprendente.

- Recuerdo que yo me encontraba en estado de trance y aunque no sentía ningún dolor, era consciente de todo lo que hacía aquel hombre; primero introdujo unas agujas de diez centímetros más o menos en cada muñeca y después me dio a beber un brebaje que anteriormente había bendecido mediante una especie de ritual e inmediatamente después de beberme aquello.

- Quedó inconsciente, siguió don Héctor.
- Y vomitó una especie de renacuajos que incluso se movían.

Yo, al poco tiempo vaijé a España y no volví a saber nada de aquel tal Lázaro pero lo único que sé es que gracias a él se salvó esa pobre mujer. Al poco tiempo su hijo intentó suicidarse, pero no sé si tuvo algo que ver con todo aquello.

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