Discurso de ingreso en la RAE sobre la novela, (fragmento), 1897
Si por una
parte mi incapacidad crítica y mi instintivo despego de toda erudición me
imposibilitan para explanar ante vosotros un asunto de puras letras, por otra
una ineludible ley de tradición y de costumbre ordena que estas páginas versen
sobre la forma literaria que ha sido mi ocupación preferente, o más bien
exclusiva, desde que caí en la tentación de escribir para el público. ¿Qué he
de deciros de la Novela, sin apuntar alguna observación crítica sobre los
ejemplos de este soberano arte en los tiempos pasados y presentes, de los
grandes ingenios que lo cultivaron en España y fuera de ella, de su desarrollo
en nuestros días, del inmenso favor alcanzado por este encantador género en
Francia e Inglaterra, nacionalidades maestras en ésta como en otras cosas del
humano saber? Imagen de la vida es la Novela, y el arte de componerla estriba
en reproducir los caracteres humanos, las pasiones, las debilidades, lo grande
y lo pequeño, las almas y las fisonomías, todo lo espiritual y lo físico que
nos constituye y nos rodea, y el lenguaje, que es la marca de raza, y las
viviendas, que son el signo de familia, y la vestidura, que diseña los últimos
trazos externos de la personalidad: todo esto sin olvidar que debe existir
perfecto fiel de balanza entre la exactitud y la belleza de la reproducción. Se
puede tratar de la Novela de dos maneras: o estudiando la imagen representada
por el artista, que es lo mismo que examinar cuantas novelas enriquecen la
literatura de uno y otro país, o estudiar la vida misma, de donde el artista
saca las ficciones que nos instruyen y embelesan. La sociedad presente como
materia novelable, es el punto sobre el cual me propongo aventurar ante
vosotros algunas opiniones. En vez de mirar a los libros y a sus autores
inmediatos, miro al autor supremo que los inspira, por no decir que los
engendra, y que después de la transmutación que la materia creada sufre en
nuestras manos, vuelve a recogerla en las suyas para juzgarla; al autor inicial
de la obra artística, el público, la grey humana, a quien no vacilo en llamar
vulgo, dando a esta palabra la acepción de muchedumbre alineada en un nivel
medio de ideas y sentimientos; al vulgo, sí, materia primera y última de toda
labor artística, porque él, como humanidad, nos da las pasiones, los caracteres,
el lenguaje, y después, como público, nos pide cuentas de aquellos elementos
que nos ofreció para componer con materiales artísticos su propia imagen: de
modo que empezando por ser nuestro modelo, acaba por ser nuestro juez.