Cartas desde mi celda, carta II (fragmento)
Queridos amigos:
Si me vieran ustedes en algunas ocasiones con la pluma en la mano y el
papel delante, buscando un asunto cualquiera para emborronar catorce o
quince cuartillas, tendrían lástima de mí. Gracias a Dios que no tengo la
perniciosa, cuanto fea costumbre, de morderme las uñas es caso de
esterilidad, pues hasta tal punto me encuentro apurado e irresoluto en estos
trances, que ya sería cosa de haberme comido la primera falange de los dedos.
Y no es precisamente porque se hayan agotado de tal modo mis ideas, que
registrando en el fondo de la imaginación, en donde andan enmarañadas e
indecisas, no pudiese topar con alguna y traerla, a ser preciso, por la oreja,
como dómine de lugar a muchacho travieso. Pero no basta tener una idea; es
necesario despojarla de su extraña manera de ser, vestirla un poco al uso para
que esté presentable, aderezarla y condimentarla, en fin, a propósito, para el
paladar de los lectores de un periódico, político por añadidura. Y aquí está lo
espinoso del caso, aquí la gran dificultad.
Entre los pensamientos que antes ocupaban mi imaginación y los que
aquí han engendrado la soledad y el retiro, se ha trabado una lucha titánica,
hasta que, por último, vencidos los primeros por el número y la intensidad de
sus contrarios, han ido a refugiarse no sé dónde, porque yo los llamo y no me
contestan, los busco y no parecen. Ahora bien: lo que se siente y se piensa
aquí en armonía con la profunda calma y el melancólico recogimiento de estos
lugares, ¿podrá encontrar un eco en los que viven en ese torbellino de
intereses opuestos, de pasiones sobreexcitadas, de luchas continuas que se
llama la Corte?
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