7 DE DICIEMBRE 2010 (FRAGMENTO)
Algunas
veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos
pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan
pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi
vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos períodos en que los
trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo,
pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito
alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia,
ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura, a
las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de
lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora
menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida
con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que
leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico,
motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es
protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo
que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida
tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la
condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder
vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas
disponemos de una sola.
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